Academia de Ciencias Matemáticas, Físico-Químicas y Naturales


Cierre del acto de ingreso en la Academia como Académico Numerario del Ilmo. Sr. D. Alfonso Romero Sarabia realizado por el Excmo. Sr. Presidente de la Academia



Excmos. e Ilmos. Sres. Académicos,
Sras. y Sres.,
Con este acto, al que pretendemos dar toda la solemnidad de que modestamente somos capaces, cerramos el ciclo de actividades previo al período de verano, y lo hacemos «a lo grande», porque el ingreso hoy en la Academia de Ciencias de Granada del Profesor Romero Sarabia constituye un acontecimiento para nosotros muy relevante, y como él sabe, también largamente esperado, desde su propuesta de ingreso, por unanimidad de la Sección de Matemáticas, hace ya algunos años.
Quiero que mis primeras palabras sean de agradecimiento para el Profesor Barros que, cumplidor como siempre a los requerimientos que le hace la Academia, ha realizado, con su habitual maestría, la presentación del nuevo Académico de Número y la contestación a su discurso de ingreso.
Estoy seguro de que el Profesor Romero se habrá sentido aliviado por haber «superado» la prueba de un teorema al que seguramente nunca había podido imaginar que sería sometido: el de ser prototipo ideal de un Académico de Número. Comparto con el Profesor Barros, como parte preliminar de la prueba del teorema, que es condición necesaria de todo Académico la existencia de cualidades curriculares excepcionales, y también que éstas no son de por sí suficientes, ya que en palabras de Barros, se necesitan «dones especiales» que confieran al que ostenta la condición de Académico ese complemento a la sabiduría que le hace ser capaz de transmitir los conceptos más complejos en forma reconocible por el que lo escucha. De entre los epítetos que se le dedican en el Laudatio, se reconoce fácilmente al nuevo Académico al referirse a él como motivado, riguroso, con una actitud crítica fuera de lo común, etc. Pero, si me lo permiten, me quedo con la afirmación acerca de su personalidad, de su manera de hacer matemática profundamente solidaria, no solo en el plano de la creación en cooperación interpersonal, sino también, y esto le confiere un plus de considerable valor como miembro de esta Institución, desde la perspectiva de la interdisciplinariedad, de la comunión entre las distintas parcelas de la Ciencia y la geometría subyacente en todas ellas.
Muchas gracias, querido Manuel, por tu discurso.
La pequeña historia de nuestra Academia, con treinta y ocho años ya de vida, permite observar con cierta perspectiva nuestro devenir, y es, para quien les habla, muy significativo el que hoy ingrese en la Academia de Ciencias un geómetra; con ello, además, de alguna manera se cierra un ciclo en que, tras el Profesor Esteban Carrasco, matemático especialista en geometría y uno de los Académicos fundadores de esta Academia, han ido incorporándose a lo largo de los años matemáticos ilustres provenientes de las diversas áreas de esta Ciencia, hasta volver en el día de hoy a incorporar a otro matemático, geómetra también, a la vez que humanista, porque a través de la Geometría de Lorentz como instrumento, el nuevo Académico coloca la mente humana como eje conductor que busca la comprensión de tantos y tantos aspectos aún desconocidos de la naturaleza.
Cerramos así, pues, un ciclo; o mejor, hoy deberíamos hablar de un círculo, en honor a nuestro nuevo Académico, pues esta figura geométrica es símbolo casi universal de la perfección; en palabras de Tomás de Aquino, «la perfección última de una cosa es que se una con su principio».
Sras. y Sres., el Profesor Romero Sarabia, nuestro nuevo Académico, nos ha puesto en su discurso frente a la gran interrogante que a todos nos conmueve: ¿cómo es el universo que nos acoge? Y lo ha hecho con toda la crudeza intelectual del que sabe que, detrás de la intuición, que nos hace tan limitados, hay que transitar por caminos más complejos, formas de pensamiento cada vez más abstractas, en las que no tienen cabida las «ideas excluyentes y falsamente puristas», contrarias a lo que él denomina «el espíritu científico que ante todo debe imperar».
El discurso que hemos escuchado es un apasionante relato de cómo la conjunción de la lógica de la geometría con la poderosa herramienta, en palabras de Descartes, de las ecuaciones algebraicas, fue consiguiendo, en un proceso continuado durante siglos, penetrar en la descripción de los aspectos más extraordinarios, sorprendentes y desde luego nada intuitivos de la naturaleza. Y de ese modo, el Profesor Romero nos «provoca» afirmando que «tanto el espacio físico como el tiempo dependen de quien lo observe», y que «cada uno de nosotros (cada observador) dispone de un «espacio físico privado», que cambia con el paso del tiempo de su reloj». Pero la provocación era argumento premeditado para introducirnos en la Geometría de Lorentz, y mostrarnos toda la belleza y potencia de un modelo que revolucionó nuestra percepción del Universo a través de las teorías relativistas de Einstein de primeros del siglo XX.
Pero, si algo nos ha mostrado el discurso de nuestro nuevo Académico es que, con él, la Academia de Ciencias de Granada incorpora a su nómina un excelente investigador, comprometido en su entorno universitario y comprometido en definitiva con la sociedad.
Y ello me da pie para, de nuevo, volver a la idea del círculo como símbolo geométrico de la perfección; círculo que permite trasladarnos al punto cero, al origen de esta Academia y, situándonos en nuestro «espacio físico privado» que para nosotros constituye el conjunto de obligaciones que la Academia adquirió en el momento de su constitución, reflexionar, pasado el tiempo (nuestro tiempo propio) sobre nuestra posición institucional actual en el contexto de los objetivos que entonces se marcaron.
En la primera Sesión Pública de esta Academia (Primera Sesión Pública de la Academia de Ciencias Matemáticas, Físico-Químicas y Naturales de Granada, Granada. Imprenta Román. 1978), celebrada un ya lejano 6 de mayo de 1978, el entonces Presidente del Instituto de España, D. Fernando Chueca Goitia, destacaba como una de las peculiaridades de la institución que entonces nacía su profunda inserción en la estructura universitaria. Decía: «[nace esta Academia] amparada por una vida universitaria enormemente fecunda … en un momento en que en nuestro país se abre con paso decisivo, si bien todavía un poco incierto, a conquistar el ancho campo de la cultura, de la acción cultural, de la política que ha de emprenderse y de lo que han de representar en un inmediato y próximo futuro, las nuevas perspectivas de la cultura española». Se adivinaba en estas palabras la irrupción de toda la fuerza vital que se generó en la sociedad española en la Transición.
En ese mismo discurso, D. Fernando Chueca incidía en otro punto de referencia de la actividad propia de las Academias. Decía que «… éstas, … no pueden permitirse el lujo de [amparar] una cultura minoritaria o de élites… por muy excelente que sea, sino que se debe avanzar en el camino de la difusión de esta misma cultura». Y añadía: «… es cierto que una cultura ampliamente difundida puede caer en un empobrecimiento, en una pérdida de calidad y de exigencia, en una palabra, se puede confundir la difusión con la vulgarización». Efectivamente, la cultura, a diferencia de la educación, que tiene sus instrumentos propios en toda la gama de instituciones educacionales, se mueve en un campo muchísimo más libre, en el que no puede faltar, es verdad, la acción estatal, pero no por medio de imposiciones ni criterios cerrados y dogmáticos, sino a través de acciones estimulantes y flexibles a la vez. En este contexto, es muy esclarecedora la postura de Chueca al considerar que «las Academias deben inscribirse, por derecho propio en lo que podría llamarse política de Estado». Coincido con él en que «… por su independencia, por su tradición, [las Academias] por su carácter permanente, por la propia cooptación de sus miembros, son Instituciones que no están sometidas a los vaivenes de la política gubernamental y que por consiguiente tienen un alto papel que realizar en pro de lo que el Estado representa en el área de la cultura y como puntos de apoyo para la más frágil y circunstancial política de Gobierno». Es indudable, decía, que «esa es la alta función de las Academias: por una parte mantener las líneas matrices de una cultura nacional en su integridad y, por otra parte, hacer que… esta cultura nacional sepa convivir en armonía con las culturas diferenciadas y peculiares de las diversas regiones españolas». Obviamente, hablaba de la Cultura, con mayúsculas, y en un contexto absolutamente general.
El discurso al que me estoy refiriendo, tan rico en consideraciones conceptuales sobre la naturaleza y la función de las Academias, acababa en un reconocimiento hacia la función social de la Ciencia: «… no pensamos – afirmaba – que la Ciencia nos puede dar todo, pero sin ella la civilización no sería lo que es. Todo descubrimiento empieza por ser subversivo… pero al final la Ciencia prevalece sobre todo, menos sobre la Ciencia misma, que en su incesante indagación se rectifica a sí misma». Bellas palabras de cierre para un discurso que sin duda marcó el inicio de una etapa que entonces era prometedora.
Pero, para este que les habla, es más impactante, y desde luego emocionante leer, 38 años después de aquel, un discurso preparado para el acto de su ingreso como nuevo académico en esa misma Academia que entonces nacía. En ese discurso se pueden encontrar frases como estas: «… las matemáticas no son solo parte de la Ciencia, sino de la Cultura, y esto ha sido así desde toda la historia de la humanidad»; … y esta otra: «…el gran reto de nuestra Academia es [sigue siendo] acercar a nuestra sociedad la labor docente y la investigación de los científicos… no se trata de obtener de la sociedad un reconocimiento explícito de nuestro trabajo, que ciertamente hacemos con gusto y por vocación. Más bien que la sociedad sea consciente de la importancia que tiene la Ciencia en general; y que además se sienta orgullosa de que ésta nuestra casa, la Facultad de Ciencias, sea puntera a nivel internacional en muchos ámbitos de la investigación y la docencia. En particular, de que la creación matemática no tiene topes ni horarios; que las buenas ideas aparecen, si lo hacen, tras mucho esfuerzo y que tienen para nosotros una indudable recompensa: la satisfacción por el trabajo bien hecho y la ilusión de que colaboramos a que nuestro mundo sea cada vez más justo, más amable y mejor lugar en el que vivir…».
Queridos amigos, estos párrafos cierran el círculo de la perfección, que entronca el presente con el pasado y que hace que algunos, entre los que me encuentro, tengamos la sensación de que marchamos por el buen sendero. Los textos, que intencionadamente he reproducido para acabar mi intervención, han sido escritos desde el corazón y, desde luego, desde la inteligencia, por Alfonso Romero Sarabia, Catedrático de Matemáticas de esta Facultad y, a partir de hoy, nuevo Académico de Número de la Academia de Ciencias de Granada.
Enhorabuena, querido Alfonso; como ha dicho hace un momento el Profesor Barros, la Academia de Ciencias de Granada se enorgullece de tenerte junto a nosotros.
Enhorabuena también a todos los que formamos parte de esta Institución, enhorabuena a los compañeros de la Facultad de Ciencias, y mi deseo de salud y máxima felicidad para todos.
Muchas gracias.
He dicho.